Un año sin futsal. La pandemia alejó el balón

Otro viernes sin entrenamiento. Otro fin de semana sin fútbol. Ya nos perdimos el derbi y magníficos enfrentamientos en la Champions. Algo peor: el fin de semana pasado no se pudo disputar el choque entre los dos primeros de la categoría juvenil, que hubiera decidido los dos primeros puestos de la clasificación. Ni grada ni pista. Ni sala ni 11. Se abre matchapp y chirría el móvil, oxidado. Ese profundo vacío que produce no ver rodar el balón, se combate al menos cada día con los cinco minutos que en torno a las ocho de la tarde, generan una cierta sensación de euforia colectiva. No hay más que cerrar los ojos y pensar que cuando se sale al balcón a aplaudir, se está accediendo a un pabellón repleto, que anhela, como evasión diaria, rendir gratitud a sus héroes. Las 20.00 en punto. Comienza el partido y los aplausos fluyen solos si se piensa que en el homenaje a los sanitarios, la mayoría de ellos van vestido de verde y blanco. Con batas y gorros, pero de verde y blanco. Con los ojos cerrados, vemos también algunos que portan batas celestes, del color del cielo, el tono adecuado para proporcionarnos calma y fe, en que unidos, todo pasará. Es el momento del éxtasis. Golazo. La jugada ha sido la que siempre se ensayó. Línea de un enfermero como cierre, con dos médicos por delante ordenando las complejas tareas y dándole salida al balón. En punta, otro enfermero, algo más adelantado en planta, tratando de combatir la presión de la situación, con la última responsabilidad de resolver. El típico 1-2-1, con una armonía y sacrificio que nunca terminaremos de agradecer. Eso sí que es obedecer al entrenador: intensidad, chavales.

Las 20.05h: es el momento de reflexionar sobre lo vivido y de pensar que el fútbol, en estos momentos históricos, cuya trascendencia aún no alcanzamos a entender, también tiene su espacio.

Decían hace dos semanas Angela Merkel y Conte, el Primer ministro italiano, que nos enfrentamos al mayor desafío desde la segunda guerra mundial. Curioso que lo dijeran los representantes de los dos países que se enfrentaron al mundo en aquella fatídica contienda. Esa referencia a la trascendencia del momento actual y su correlación con lo vivido del 39 al 44, nos hace recordar que en aquel tiempo, el fútbol también nos dejó grandes ejemplos, poco conocidos, pero ejemplos. Eran tiempos en los que el fútbol tenía más de compromiso que de farándula. Los jugadores eran más ciudadanos que divos. Alemania ya había invadido Checoslovaquia y en Inglaterra ya se preparaban para declarar la guerra y participar en la batalla. Algunos jugadores asumieron su responsabilidad. Uno de los más recordados fue el compromiso de todo un equipo, el Bolton Wanderers, capitaneado por Harry Goslin, que ya era internacional con Inglaterra. Todos sabían que llegaría el momento de enfrentarse al horror, pero nadie daba el paso, hasta que en abril de 1939, Goslin decidió dejar las botas y coger el fusil. Lo que no sabía es que todo el equipo, conocedor de su decisión, ya había decidido unirse al reto. Todo el equipo se fue al frente. Desde ese momento se les conoció como el Wartime Wanderers. Empezaron luchando en la fatídica batalla de Dunkerke, aquella playa épica en la que se cuenta tuvo lugar el legendario partido entre alemanes frente a franceses, belgas e ingleses, que interrumpieron así, por una tarde, la fratricida lucha. Terminó el partido y al día siguiente se siguieron matando. En las playas de Dunkerke, cuentan que el capitán del Bolton fue un héroe en la defensa de los Aliados al norte de Francia, permitiendo la evacuación cuando la masacre parecía inevitable. Cuentan también que algunos de los jugadores del Bolton que le acompañaban, se tuvieron que lanzar al agua para nadar hacia alguna embarcación que les sacara de aquel infierno. Su heroica lucha les permitió descansar del frente y pasar dos años en campamentos militares en suelo inglés e incluso jugar algún partido de fútbol. A partir del 42, Goslin volvió a la lucha y terminó en una cruenta batalla en el norte de Italia, donde descansan sus restos. Los de un soldado, los de un gran futbolista.

Lo que puede considerarse como un relato anacrónico, nos debe servir para relacionar el momento actual con el futsal y con el compromiso que cada uno de nosotros debe asumir. Lo más importante no fue la participación de Goslin en la guerra, sino cómo se fue a ella. Ante 23.000 espectadores, en su estadio, y en un partido ante el Sunderland, cogió el micrófono y dijo: “No es un asunto que podamos dejar a otros; cada individuo tiene una tarea que cumplir”.

Este también es nuestro momento. De aquí, saldremos más equipo. Eso espero.