Las lágrimas de Luchi

Las lágrimas de Luchi

Cuando las puertas de los pabellones se cerraron y se apagaron los focos, llegó el momento del análisis y la reflexión. Semanas después de la finalización del torneo Bahía de Cádiz Futsal Cup, el recuerdo de lo vivido y la ilusión por mejorar lo que se vivirá en futuras ediciones, ocupa el pensamiento de sus organizadores, a quienes preocupa principalmente poder ofrecer a los participantes el sinfín de actividades y vivencias que en esta edición, por diversas razones, no fue posible poner en práctica. Acompañados por la maravillosa luz de la Bahía y con la humilde satisfacción de haber generado un proyecto con un futuro prometedor, con la mirada puesta en el infinito Atlántico, desde la terraza de uno de los alojamientos que albergó a cuatro equipos, viene a la cabeza una de las imágenes del torneo que mayor sensación provocó en alguno de sus gestores. 

Como resumen habitual de los eventos y para transmitir gloria y alegría, se suele insertar imágenes de los vencedores, momentos de celebración y euforia que invitan a aquellos que no pudieron participar, a animarse a hacerlo para el año siguiente. Se generan palmarés de ganadores y se resaltan los mejores jugadores o jugadoras de cada categoría, pero poco espacio queda para la exaltación también del fracaso, y de la tristeza o de la frustración. En un artículo de prensa deportiva, se recordaba hoy el valor de la derrota y cómo la frustración o el fracaso llegan a convertirse en verdaderos éxitos o incluso en leyenda, permaneciendo en el tiempo por encima incluso de los encumbrados ganadores. A los más futboleros no les sorprenderá que después de cuarenta años se siga hablando de la naranja mecánica, de aquella selección holandesa que perdió las finales de los mundiales de 1974 y 1978 pero que todavía hoy genera ríos de tinta y admiración, quizá por encima de la Alemania y Argentina que la derrotaron. 

Cualquier brasileño conocerá también la frustrante leyenda de Moacir Barbosa, aquel portero de la selección que tuvo la fatalidad de ser el titular en la final del Mundial del 50 contra Uruguay. El segundo gol de Uruguay, que le dio el título, fue evitable y la actuación del portero le hizo acreedor de furibundas críticas, culpándole de aquella humillante y legendaria derrota conocida como El Maracanazo. Se dice que Barbosa ha sido el portero que ha muerto dos veces: una, la natural (falleció a los 79 años, en el año 2.000) y otra la futbolística, puesto que aquel fue su último partido con la selección y a partir de ese gol vivió una vida futbolística de cierta desdicha, limitándose a realizar tareas de jardinería en Maracaná. Cuenta incluso la leyenda que los rectores del estadio le regalaron la portería donde encajó el gol del Mundial y que quemó los postes en su casa. Lo curioso de este recuerdo es que en el mundo futbolístico todo el mundo recuerda a Moacir Barbosa pero nadie le pone nombre al portero titular de la Uruguay campeona.

De Bahía de Cádiz Futsal Cup quedarán preciosos recuerdos, como la victoria del equipo cadete del Real Betis futsal en la final o el desparpajo en el juego de las chicas de Futsi Atlético, por no hablar del orden y disciplina táctica de muchos de los equipos de Moprisala Toledo, y por supuesto, de la encomiable afición de ADA Alcorcón, que tiñó de amarillo, aún más si cabe, la Bahía. Pero en pocas historias de Instagram saldrá una de las imágenes más bonitas del torneo: las lágrimas de Luchi.

Lucía Rodríguez, la jugadora estrella del Futsi Atlético Navalcarnero juvenil, se lesionó de manera fortuita el primer día de la competición, el lunes 4 de julio, en el primer partido que disputaba su equipo. Toda una primavera esperando el ansiado torneo y una semana de competición y convivencia en la Bahía de Cádiz, para lesionarse a las primeras de cambio y perderse, no solo el torneo, sino todo un verano, el que habrá de estar con la pierna escayolada. En un lance del juego difícilmente evitable, como ella misma reconocía, vio frustrada su ilusión de contribuir a que su equipo se alzara con el título, que perdió en una entretenidísima final contra el CD Marqués de Nervión, de Sevilla. La frustración, probablemente no solo fue personal, sino colectiva, porque su lesión, tratándose de la jugadora más relevante del equipo, haría difícil que sus compañeras conquistaran el título.

Tras la lesión, la asistieron en un centro de salud en San Fernando, que vio caer sus lágrimas, con la desolación que produce no poder hacer nada por evitarlas. Lágrimas de dolor físico, pero seguramente de un dolor mayor, el emocional, por lo que la lesión representaba: se acabó el torneo para ella. Se marchó con la pierna escayolada, asistida de sus entrenadoras y de un par de muletas que habrían de ser su soporte durante esa semana. Al día siguiente, tuvo tiempo para asistir a un programa de televisión a primera hora de la mañana, en la que ya fue capaz de lucir una maravillosa sonrisa que hacía olvidar la frustración del día anterior, y sobreponiéndose día a día, fue capaz de acompañar desde el banquillo a sus compañeras en cada partido, hasta la final disputada.

   

Su ilusión, su sonrisa, su saber estar, su ejemplificante lucha contra la frustración, la convirtieron en una de las páginas relevantes del torneo y, por qué no decirlo, en la MVP de su categoría, aún sin pisar prácticamente la pista.

En un torneo que aspira a colocar en el podium al respeto, al compromiso y a la ilusión, Luchi y su ejemplo serán siempre titulares.

COLABORADORES